Si por cada día perdido hubiera escrito una página, ya llevaría varios libros sin escribir. Habría escrito uno sobre la pelirroja del segundo piso, la que escribe sus hojas del diario y las tira por la ventana. Para qué las podría querer, unas páginas sobre las que casi no vuelve, cuyas historias ya no le pertenecen y acontecimientos que no pueden dejar de ser pasado. Una vez en la calle a nadie le importan, de vez en cuando las toma un transeúnte, lee, mira en varias direcciones tratando de identificar alguna referencia y luego la olvida, en esta ciudad no hay tiempo más que para uno mismo y lo que le pasa a uno no le pasa a otro, no hay memoria.
La pelirroja del segundo piso como los demás, vive sola, trabaja sola, todos los días come sola, frecuenta algunos sitios, pero no conoce a nadie, nadie conoce a nadie, hay tanto que hacer con los propios pensamientos, que no se pierde tiempo en los de los demás, cuando se juntan dos personas, cosa que pasa siempre a modo temporal, no hablan, se encuentran en un silencio, no hay pasado y no hay futuro, no hay mentiras. Se encuentran, se abrazan, se toman de la mano, comparten un día o dos y no esperan volverse a ver, aunque si lo hacen siempre es un silencio agradable.
La pelirroja escribe cartas, correos, historias, escribe sobre varios temas, ninguno demasiado polémico, aunque cuando lo ha hecho, imprime muchas copias y las envía por correo escogiendo del directorio al azar unas 100 direcciones. Tiene muchos rollos de sellos en casa. Siempre firma la pelirroja, las personas no tienen nombres, se identifican con algún aspecto personal, pero igual nadie se fija, incluso se pueden repetir, pero tampoco importa.
La pelirroja no es feliz ni triste, no se enamora, ha compartido algunos silencios con el de las gafas oscuras, le gusta que nunca se las quita, así puede imaginar hacia donde está mirando y cuando llega a casa lo escribe. Escribir no es su trabajo ni es su hobby, es lo que hace. El de las gafas oscuras cuenta. Cuenta pasos, cuenta escaleras, cuenta números, cuenta pulsaciones cuando experimenta alguna sensación, tiene cajones de números y de cosas para contar, pero no cuenta cuantas veces ha visto a la pelirroja. El de las gafas oscuras vive a dos calles de el de la cámara, él hace fotos, debe tener fotografías de todos en la ciudad, o de casi todos, ha fotografiado cada esquina, cada árbol, nunca le ha puesto un nombre a ninguna fotografía, él no escribe, tampoco sabe cuantas tiene, él no cuenta. Tiene tantas fotos que no le caben en su casa, así que como la pelirroja también las tira por la ventana, y a veces también alguien las recoge y luego las olvida.
No se ven sin embargo fotos ni hojas de diario en las calles, pues está el de la escoba, él barre las calles y las hojas, las fotos, los naipes, las horas, los pasteles, los cuadros, los zapatos, las listas, los sombreros, los dibujos, las pelucas y todas las cosas que ya no caben en las casas, él las barre y las lleva hasta donde vive la que las guarda, ella siempre sabe que hacer con todo y sabe esperar por si alguien algún día quiere venir y encontrar algo.
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